Uno de los problemas más prioritario de nuestro tiempo, después únicamente del relativo a la disponibilidad de agua potable, es el del acceso a los alimentos, siendo por eso la agricultura uno de los componentes dominantes de la economía mundial. Como es bien sabido, la agricultura es el principal usuario de recursos de agua dulce, ya que utiliza un promedio mundial del 70% de todos los suministros hídricos superficiales (Ongley, 1997). La agricultura es responsable del 50% del agua consumida en el sur de Europa y del 50% de la contaminación total por nitrógeno de sus ríos. Además, es la responsable del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero y de un 94% de las emisiones de amoniaco (INREA, 2006).
La agricultura es al mismo tiempo causa y víctima de la contaminación de los recursos hídricos. Es causa, por la descarga de contaminantes y sedimentos en las aguas superficiales y/o subterráneas, por la pérdida neta de suelo como resultado de prácticas agrícolas desacertadas y por la salinización y anegamiento de las tierras de regadío. Es víctima, por el uso de aguas residuales y aguas superficiales y subterráneas contaminadas, que contaminan a su vez los cultivos y transmiten enfermedades a los consumidores y trabajadores agrícolas (Ongley, 1997).
Una de las demostración más dramáticas de cómo las prácticas agrícolas mal planificadas y ejecutadas pueden devastar una región que anteriormente había sido productiva la podemos encontrar en el Mar de Aral y en su cuenca de drenaje, donde se ha producido una la catástrofe social, económica y ecológica desde el decenio de 1960 (Figura 1). Efectos ecológicos tales como una elevada concentración salina de los grandes ríos, contaminación por agroquímicos derivados de los cultivos agrícolas, así como plaguicidas y fenoles en las aguas superficiales, pérdida de fertilidad de los suelos, descenso y extinción de especies animales, ícticas y vegetales, destrucción de ecosistemas importantes, un descenso de 15,6 metros del nivel del Mar de Aral desde 1960 y una reducción de un 69 por ciento de volumen de su volumen, han sido los causantes de esta catástrofe medioambiental.
Otro ejemplo de contaminación medioambiental puede ser la contribución de la agricultura a la eutrofización. Según FAO/CEPE (1991), algunos problemas del abuso de los fertilizantes en agricultura sobre la calidad del agua tanto en zonas continentales como costeras pueden originar por ejemplo, un crecimiento importantede algas, que ocasiona trastornos en el equilibrio biológico incluyendo mortandades de peces (Figura 1). Si bien, según FAO/CEPE (1991), estos problemas se deben fundamentalmente a la presencia de fertilizantes minerales, en algunos lugares la situación está especialmente asociada a la aplicación extensiva e intensiva de fertilizantes orgánicos (estiércoles).
Los fertilizantes minerales o químicos son productos industriales, en muchos casos sintéticos, que se administran a las plantas para aportarles nutrientes con la intención de optimizar su crecimiento y aumentar el rendimiento de las cosechas. Se aplican habitualmente al suelo o al sustrato de cultivo, para que, diluidos, puedan ser absorbidos por el sistema vegetal. Aportan los principales nutrientes necesarios para el desarrollo de los cultivos en diversas proporciones (N, P y K), nutrientes secundarios (Ca, S y Mg) e, incluso, micronutrientes como el B, Mn, Fe, Zn y otros, de una manera que sean fácilmente asimilables por parte de la planta.
La tendencia de su consumo a nivel mundial, ha sido de un incremento constante en los últimos 60 años que ha multiplicado por ocho la cantidad que se usaba a mediados del pasado siglo. Paralelamente, se ha incrementado el rendimiento de las cosechas. Las perspectivas de crecimiento demográfico y de reducción de la mano de obra agrícola no hacen previsible la sustitución de los fertilizantes químicos por los abonos orgánicos, pero sí su reducción por hectárea mediante una mayor eficiencia en su utilización (PAE, 2006).
Los posibles daños que proporcionan dichos fertilizantes químicos al medio ambiente no dependen sólo de la cantidad, sino también de las condiciones del ecosistema agrario, el tipo de cultivo y las prácticas de gestión de las explotaciones agrícolas. El abuso de abonos nitrogenados y fosfatados es consecuencia de una mala utilización de los recursos disponibles y puede dar lugar a una importante contaminación de las aguas continentales y marítimas.
La cantidad de fertilizantes por hectárea aplicados en España en 2007 se ha incrementado pasando de los 118,3 kg/ha en 2006 a los 134,7 kg/ha en 2007, con valores de consumo próximos a los de 2004 (136,7 kg/ha) (Figura 2). Este aumento se constata en los tres tipos de fertilizantes (nitrogenados, fosfatados y potásicos) y queda especialmente patente en los fosfatados y en los potásicos que habrían aumentado un 27,5% y un 18,4% respectivamente, frente al ligero incremento del 5,7% de los nitrogenados (PAE, 2008).
Figura 1. Ejemplos de contaminación medioambiental motivada por las malas prácticas agrícolas: A) Descenso del nivel del agua en el Mar de Aral y B) Eutrofización de ríos en China. (Nota: Fotos sacadas de diversas webs de internet).
Figura 2. Consumo de productos fertilizantes NPK durante el periodo 2000-2007 en España.
La distribución del consumo de fertilizantes por Comunidades Autónomas está muy vinculada a la intensidad de la agricultura, y sigue el mismo patrón de años anteriores (PAE, 2006), mostrando un mayor consumo de fertilizantes por hectárea las Comunidades Autónomas de Canarias, Murcia y Comunidad Valenciana (Figura 3).
Los datos provisionales de fertilizantes minerales consumidos durante el año 2007, apuntan a un repunte en el consumo total. En cifras absolutas, el consumo durante el año 2007 se incrementó frente al del año 2006, superando la barrera de los 5 millones de toneladas y rompiendo la tendencia a la estabilización de los dos años anteriores. Expresado este consumo en elementos fertilizantes, se ha producido un incremento en el consumo de los tres tipos de fertilizantes, con incrementos respecto al año anterior del 1,6% para los fertilizantes nitrogenados, del 22,4% para fosfatados y del 14,1% para los potásicos (PAE, 2008).
En relación con las Comunidades Autónomas, Canarias sigue encabezando el consumo total en 2005 con 412,1 kg/ha, seguida de la Comunidad Valenciana (321,9), Murcia (305,1), País Vasco (209,4) y La Rioja (207,1). Por debajo de la media de España (121,5 kg/ha) se encuentran nueve Comunidades Autónomas, ocupando las últimas posiciones (por razones relacionadas con sus peculiaridades agrícolas) Baleares, Asturias, Cantabria y Castilla-La Mancha. En el caso de Canarias hay que señalar, por una parte, la escasa superficie de cultivo (35.910 ha.) y, por otra, su alto consumo de abonos potásicos (155,9 kg/ha), dadas las necesidades de productos específicos como tomates y plátanos (PAE, 2006).
Figura 3. Consumo de productos fertilizantes NPK de cada CCAA de España durante el 2007.
El consumo de fertilizantes en España no puede considerarse excesivamente acusado, si lo comparamos con el resto de los países de la UE-15. No obstante, la agricultura continúa siendo la fuente más importante de contaminación por nitratos, y la utilización inadecuada o excesiva de fertilizantes puede dar lugar a alteraciones del medio ambiente. Por ello, la reducción global del consumo de fertilizantes sigue siendo un objetivo ambiental prioritario, buscando disociar el incremento de su utilización con la producción agrícola (LBADR, 2002). La pérdida de eficiencia observada en su utilización se produce por prácticas inadecuadas, aunque se mantiene la posibilidad de invertir la situación actual si se extienden las buenas prácticas entre los agricultores.
De hecho, en España hay cerca de 6 millones de hectáreas declaradas como Zonas Vulnerables que han de seguir estrictos Programas de Actuación, que buscan disminuir las cantidades de nitratos lixiviadas. Además, todas las Comunidades Autónomas han publicado sus Códigos de Buenas Prácticas Agrarias (BPA) en lo referente a la fertilización nitrogenada, dentro del cumplimiento de la directiva europea relativa a la protección de las aguas contra la contaminación producida por nitratos utilizados en la agricultura (Directiva 91/676/CEE).
Existen otros sistemas de producción en los que el control de la fertilización es un elemento importante, como son la Producción Integrada (con casi 300.000 ha) y la Agricultura Ecológica. Según FAOSTAT, el consumo de fertilizantes (nitrogenados, fosfatados y potásicos) por hectárea de tierra arable era (en 2003) de 92,34 kg/ha. y 22,72 kg per capita a nivel mundial. En la UE-15 el consumo se situaba en 174,12 kg/ha. y 38,06 per capita, siendo Irlanda el país que presentaba un mayor consumo. La misma fuente señala que el consumo en España era en ese mismo año de 115,40 kg/ha. y 52,71 kg per capita.