El nitrógeno es un elemento vital en los ecosistemas terrestres y acuáticos y en la mayoría de los cultivos, ya que es un elemento limitante desde el punto de vista biológico. Por eso, en la agricultura tiene mucha importancia relacionándose directamente con el incremento del crecimiento vegetal, y por consiguiente, de la producción agrícola. Esto ha motivado que desde los últimos 50 años, y favorecido por el avance en la industria química sintética, se haya aplicado (en muchos casos de forma masiva y desproporcionada) en los campos de los principales cultivos como el arroz, el trigo, la cebada o el maíz, cultivos básicos en la nuestra dieta, en forma de producto fertilizante químico nitrogenado. El abuso en su aplicación ha deparado como efectos secundarios, graves problemas medioambientales. Y es que existe una falta de asimilación del 100% del nitrógeno aplicado por las plantas (algunos datos hablan de que los cereales solo asimilan entre el 30 y el 50% del nitrógeno aplicado), dejando un gran exceso de nitrógeno en los ecosistemas contaminando aguas subterráneas y superficiales, provocando eutrofización e incluso, generando “zonas muertas” biológicamente hablando.
Todo esto ha motivado que hoy en día exista una discusión acerca del papel de este tipo de fertilizantes generando algunas preguntas tales como ¿cuál es el gasto económico de esta contaminación?, ¿es económicamente viable este modelo productivo agrícola?
Lo curioso es que a pesar de las evidencias científicas que motivan estas actuaciones (el abuso en la fertilización nitrogenada), la estimación del consumo de estos productos fertilizantes es de incrementarse notablemente en los próximos años. Pero, ¿es esta demanda equitativa? Por lo que parece no lo es, y depende en gran medida del grado de desarrollo económico de los países en cuestión.
Desde hace bastantes años, los cultivos agrícolas en los países desarrollados han llegado a su máximo de rendimiento biológico, motivando que la regla del incremento de fertilización química nitrogenada no se cumpla, no correspondiéndose con un incremento en el rendimiento productivo de los cultivos agrícolas de interés. Ejemplos como la Unión Europea nos muestran que tras sufrir graves problemas medioambientales en el pasado (también en la actualidad aunque en menor medida) por estos motivos y la consiguiente concienciación social, se hayan aplicado políticas legislativas restrictivas conducentes a reducir notablemente la aportación nitrogenada, concretamente un 56% en el consumo de productos fertilizantes entre 1987 y 2007. Sin embargo, países en desarrollo (como África subsahariana carente de nitrógeno en los suelos agrícolas) o con una alta tasa de crecimiento como es el caso de China, la situación es la contraria. La demanda de estos productos se incrementará en el futuro propiciada por unas iniciativas públicas y políticas basadas en crecimiento económico desmedido para hacer frente a la demanda interna de alimentos.
¿Es la fertilización nitrogenada un sistema sostenible? La respuesta es afirmativa y existen numerosas iniciativas que lo avalan, aunque no como se ha estado haciendo hasta hoy en día. Existen también alternativas para reducir el aporte nitrogenado que se basan en el uso de variedades de plantas más eficientes en el asimilación del nitrógeno, en mejorar los manejos agrarios como la rotación de cultivos, la utilización de abonos nitrogenados que consigan una aportación lenta de este nutriente, de la aplicación de biofertilizantes que favorezcan la fijación biológica de nitrógeno, entre otras muchas. De hecho, existen numerosas investigaciones que confirman que los suelos de determinados cultivos retienen una cantidad importante de nitrógeno en forma orgánica preferentemente tras sucesivas fertilizaciones, siendo un remanente del nutriente en siguientes cosechas. En definitiva, un uso más eficiente del abonado nitrogenado acorde con el cultivo y las condiciones medioambientales de cada zona en cuestión.
Todo esto da lugar a un claro beneficio medioambiental que lleva asociado uno económico, ya que se reduce el consumo de producto fertilizante cuyo coste no ha dejado de incrementarse en los últimos años. Además de esto, también hay que tener en cuenta el coste económico que implica la contaminación medioambiental y programas de actuación para paliarlas (depuración de aguas, regeneración de masas de agua superficiales, reintroducción de especies en lugares degradados, etc.). Relacionado con esto último, están las conocidas como “tasas verdes”, unos impuestos que se incluyen en el precio de venta al público de este tipo de fertilizantes y que están pensados precisamente para afrontar cualquier tipo de gasto económico motivado de la contaminación. Esta tasa es igual a la que pagamos con cualquier envase (de plástico o de metal) de comida que compramos en el supermercado.
Y es que este problema se debe remediar de un punto de vista multidisplinar, siendo necesaria más coordinación entre los agricultores, científicos e incluso los agentes económicos para conseguir producir mejor y con el mínimo coste económico y sobre todo, ecológico.